lunes, junio 09, 2008

La batalla que iba a ser la última

A finales de 1916 la Gran Guerra europea que hacía dos años asolaba el Viejo Continente seguía en punto muerto. Tras unos avances iniciales, las tropas del Imperio Austrohúngaro y las de los aliados (principalmente Francia, Gran Bretaña y Rusia) se habían visto obligadas a llevar adelante una estática guerra de trincheras que no beneficiaba a ninguno de los dos bandos y que cada día se cobraba miles de vidas.
Mientras en el frente oriental Rusia estaba a punto del colapso (no tardaría en producirse la revolución de febrero), la situación en Francia era insostenible. El ejército alemán se retiró de las mesetas del Aisne para concentrar sus ofensivas más al norte, mientras los aliados cabilaban un nuevo plan para dar un vuelco al devenir de la contienda.
El general Robert Nivelle, por entonces nuevo comandante en jefe del ejército francés, consideraba firmemente que una acción de gran envergadura acabaría con la resistencia germana; resistencia que por otra parte creía al límite. Una gran masa de fuerzas británicas y francesas arrollaría las posiciones alemanas y rompería totalmente el frente, colapsando así al ejército teutón. Según Nivelle, en 48 horas habría logrado una victoria tal que la guerra tocaría prácticamente a su fin. Era "la batalla que iba a ser la última".
Fue así como el 16 de abril de 1917 (dentro poco se cumplirá el 90 aniversario del inicio de la batalla) las fuerzas aliadas lanzaron su gran ofensiva, que contaba con más de un millón de hombres y un gran refuerzo artillero. El punto clave era Chemin Des Dames, una cresta que discurría entre dos grandes valles, el Aisne y Ailette. De hecho la batalla sería conocida como "Segunda Batalla del Aisne".
Uno de los principales inconvenientes fue la falta total de sorpresa. Los alemanes habían encontrado en una trinchera los planes de la ofensiva aliada, y por otro lado Nivelle no era tampoco lo que podríamos decir un hombre discreto. A todo aquél que quisiera escuchar, el general francés le explicaba cómo, cuando y dónde iba a ganar la guerra.
Por supuesto, los alemanes habían preparado una sólida defensa para rechazar cualquier ataque aliado. El desastre era inminente.
Durante el primer día de la ofensiva, las fuerzas francesas perdieron 40.000 hombres. Las bajas británicas fueron también muy elevadas. Batallones de soldados senegaleses, lanzados como pura y simple carne de cañón, fueron diezmados. El segundo día los ataques aliados fueron nuevamente rechazados.
Contrariado, el general Nivelle se negó a aceptar el fracaso de su plan. Convencido de que más ataques masivos con gran número de soldados acabarían obteniendo resultados, ordenó la continuación de su plan. Así, día tras día, cantidades ingentes de tropas aliadas eran lanzadas contra el muro alemán sin obtener resultado alguno. El número de bajas aumentaba cada día, sin que ello persuadiera al tozudo general francés. La batalla que iba a ser la última finalmente derivó en una brutal carnicería.
Finalmente el Alto Mando aliado entró en razón y obligó a Nivelle a detener la masacre. Durante cuatro largos días una ofensiva inútil (apenas sí se ganó terreno alguno) las bajas habían sido monstruosas. Aunque el ejército alemán sufrió también un gran número de pérdidas que le sería difícil sustituir, los números del ejército francés eran igual o más terribles: unas 187.000 bajas para un avance de unos pocos kilómetros. La sinrazón de aquellos días inflamaron la indignación popular, mientras la presa ponía el grito en el cielo ante la incompetencia de sus dirigentes. Como resultado, el general Nivelle fue depuesto y enviado a África.
El gran coste humano del plan de Nivelle resultó pues inútil. Se ganó poco terreno, y no sólo no se había roto el frente, sino que fuerzas británicas hubieron de ser enviadas como refuerzo a la zona para asegurar las posiciones aliadas. Irónicamente, la ofensiva que siguió a la batalla de Chemin Des Dames, mucho más modesta, cosechó mejores éxitos y el 5 de mayo 4 kilómetros de la famosa cresta habían sido tomados.
Tras la guerra, Robert Nivelle, caído en desgracia, regresó a Francia y se retiró en 1921. El hombre que había enviado a una muerte segura a miles de soldados murió plácidamente en su cama en 1924.


El general Nivelle

miércoles, junio 04, 2008

Filipo II, semilla de un imperio

Los grandes personajes de la historia, y sobre todo aquellos enmarcados en grandes dinastías, con frecuencia únicos en su generación, no suelen tener un digno sucesor. Muchos reyes y guerreros ilustres fueron sucedidos por mediocres personajes que poco tenían que ver con sus progenitores. Por otro lado, todo aquello que da forma a un ser sobresaliente sobre los demás no siempre es tenido en cuenta. Y cuando uno indaga sobre los ancestros de los grandes nombres que perfilan la historia, a veces puede uno llegar a la conclusión de que en determinados momentos es la propia naturaleza la que marca el momento y el lugar para que los cimientos de la historia sean conmovidos por la obra de un ser humano dotado de peculiares dotes que escapan al común mortal. Sin duda, éste no es el caso de Alejandro III de Macedonia, más conocido como Alejandro Magno. Toda la vida del gran conquistador macedonio, sus motivos, sus actos, y las consecuencias que éstos tuvieron en el posterior devenir de la historia, podría difícilmente disgregarse de la de su padre. Para entender el por qué hay que conocer, aunque sea someramente, la historia de Filipo, padre del gran conquistador.

Filipo II
, padre del famoso Alejandro Magno, fue el menor de varios hermanos, descendientes todos ellos del rey macedonio Amintas III. Durante su infancia, Filipo vivió en la poderosa Tebas en calidad de rehén. Allí aprendió arte militar, política y diplomacia del general tebano Epaminondas, quién en aquellos confusos tiempos estaba llevando la historia de Grecia a una nueva etapa. Filipo fue puesto a cargo de Pamenes, otro general tebano, con quién se dice tuvo relaciones sexuales. Pamenes era un gran defensor del Batallón Sagrado de Tebas, una tropa de élite formada por 150 parejas de homosexuales (se consideraba que así los soldados de este batallón lucharían más y mejor).
A la muerte del rey Amintas se había producido un período de inestabilidad debido a la lucha por el poder entre las diversas facciones familiares. A la muerte de Alejandro II le siguió la del regente Ptolomeo, llevando al trono a Perdicas III, otro de los hermanos de Filipo. En el año 359 a.C. Perdicas fallecía luchando contra los Ilirios. Fue entonces cuando Filipo II llegó al poder, en un principio en calidad de regente.
El ambicioso rey macedonio se encontró una difícil situación tras llegar al trono. La derrota ante los Ilirios y el empuje de tracios y panonios amenazaban con constreñir al pequeño reino. Tras deshacerse de estos enemigos, ya fuera militarmente o por medio de la diplomacia, Filipo se dedicó a reformar todo aquello que consideró oportuno. Leyes, política, Estado. Deshacerse de rivales, implantar el servicio militar obligatorio; construir, en definitiva, una nueva Macedonia con la que pudiera llevar a cabo su grandiosa visión de una nueva Grecia.
Aprovechando la conocida como Guerra Social Filipo se hizo con el control de la colonia ateniense de Anfípolis, y las minas de oro del monte Pangeo, que en el futuro le proporcionarían pingües recursos para levantar un gran ejército (recursos que aumentarían todavía más cuando la ciudad de Crenidas cayó en poder macedonio).
Junto con esos recursos, lo que llevó a Filipo II a levantar (consciente o inconscientemente) un imperio fue la falange. Basada en la falange tebana, las innovaciones que Filipo introdujo en este nuevo tipo de formación militar la convirtieron en un instrumento bélico imparable, y que constituyó la base no sólo de sus éxitos sino de los de su hijo Alejandro. Por otro lado, el extraordinario desarrollo de la maquinaria bélica bajo el reinado de Filipo también contribuyó enormemente a la espectacular sucesión de éxitos que hicieron de Macedonia la primera potencia militar de su tiempo.
Filipo expandió Macedonia hacia el mar, rechazó a tracios y, a pesar de sufrir algunas derrotas en Tesalia, ésta acabó cayendo bajo su poder. Durante algún tiempo la Grecia central se resistió al gran hombre. El paso de las Termópilas, tomado por los focidios, impidió a Filipo atravesarlo durante varios años, con lo que no pudo doblegar a Atenas. Cuando, tras algunas tretas y pactos, finalmente las tropas macedonias pudieron atravesar dicho paso, su irresistible avance logró su objetivo: Atenas se avino a firmar la paz.
El sueño de Filipo de una Grecia unida bajo su mando parecía cada vez más cerca. Organizó tratados, intervino donde se le llamó o cuando lo creyó necesario, y puso y depuso reyes cuando creyó que hizo falta. La influencia y poder de Macedonia era incontestable.
Sin embargo, en Atenas, el político Demóstenes clamaba contra la política de los "bárbaros" macedonios y exigía una guerra total para acabar con Filipo. El preocupante aumento de la zona acción del rey macedonio parecía dar la razón al ateniense. La frágil paz se rompió de nuevo.
Tras unos titubeantes pasos, Filipo consiguió dar un golpe definitivo en la batalla de Queronea (338 adC), derrotando a atenienses y tebanos. Una inteligente magnanimidad le ganó muchas simpatías, y tras formar la Liga de Corinto (una asociación de estados griegos) bajo directa influencia de Macedonia, la victoria de Filipo II era total.
Sin embargo, el macedonio no viviría mucho para ver su obra. Tras divorciarse de su esposa Olimpia, Filipo se casó con otra mujer. Durante la celebración de la boda, mientras se dirigía al teatro, Filipo fue asesinado por uno de sus guardaespaldas, Pausanias. Los motivos tras este magnicidio siguen siendo debatidos a día de hoy por los historiadores.
Tras su muerte, su hijo Alejandro le sucedió y en pocos años construyó un fugaz imperio sobre el antiguo Imperio Persa que cambiaría el destino de los territorios comprendidos a ambos lados del Mar Egeo. Se ha especulado con la idea de si Filipo II también albergó el plan de perseguir el viejo sueño heleno de una victoria total sobre los persas, aunque hoy en día parece más que confirmado que el siguiente paso del rey habría sido caer sobre el vasto territorio de los Jerjes y Artajerjes. Si habría tenido el mismo éxito que Alejandro, cada cual tendrá su opinión. Lo que es seguro es que dejó en manos de su hijo todas las herramientas necesarias para llevar a cabo tan grande proeza militar.